http://elpais.com/especiales/2014/europa-frontera-sur/el-relato.html
El filo de acero mide un par de centímetros. Resulta frío al tacto y
su forma recuerda a la aleta de un pez mortífero. No corta, pero sus
extremos se enganchan a la yema de los dedos como las púas de una zarza,
y entonces se intuye su mecanismo diabólico. El efecto sobre un cuerpo
ansioso por salvar el obstáculo. Al rozarlo, sus vértices se incrustan
en la piel, y con el movimiento, la pequeña protrusión se introduce un
poco más en la carne y la desgarra como la cáscara de una naranja. Aquí
también lo llaman concertina. “Consertina”, para ser exactos. No a la
navaja, sino a la alambrada desplegada en espirales. Hay seis tubos de
espino, colocados unos sobre otros. Cubren una reja de tres metros de
altura y 12,5 kilómetros de largo. Los cimientos de los contrafuertes
que dotan de consistencia al muro aún se ven frescos. La verja se
levantó en verano de 2012. No hay noticias de que nadie la haya saltado.
Esto no es Melilla. Pero, igual que en el enclave español del norte de
África, a través de los barrotes y la culebra de alambre se observa el
extranjero distorsionado. Falsamente amenazador. Turquía. Bancales de
tierra roturada donde crecen patatas, ajos y espárragos. Un horizonte
recortado por chopos deja intuir el río Evros, que en el lado de allá
lleva la misma agua, pero se llama Meriç. Una torreta militar oxidada.
Un agricultor turco en un tractor. Pita y saluda a los oficiales griegos
a través de la verja y estos le corresponden, y el hombre prosigue
levantando polvo junto a la consertina. Resulta inexplicable cómo las palabras viajan de un extremo a otro del continente.
Desde Melilla hasta esta región remota de Tracia, donde se juntan las
fronteras entre Grecia, Bulgaria y Turquía, este es un viaje a los
confines del sueño europeo. Un recorrido por los puntos calientes de la
inmigración. Lugares siempre a desmano. Donde crecieron murallas después de derribar los tabiques interiores de la UE. Donde patrullan los agentes de Frontex por tierra, mar y aire, y las organizaciones humanitarias, da igual el lugar, denuncian devoluciones en caliente.
Donde se pone a prueba la última tecnología en infrarrojos y radares.
Donde la metáfora más habitual tiene que ver con el agua: no puedes
frenar un torrente; si lo taponas, siempre acaba encontrando otra vía.
Donde hay
héroes que se juegan la vida en rescates al límite y los recién
cruzados cantan una canción de alegría y besan el suelo Schengen.
Hay muchas formas de entrar en Europa. La más sencilla fue, durante un tiempo, cruzar a pie por los cultivos que muerde ahora esta valla,
este pedazo de frontera terrestre entre Grecia y Turquía que serpentea a
lo largo de 200 kilómetros. Dividida por el Evros. En uno de los
meandros, el río se adentra en territorio turco, dejando la linde en una
lengua de tierra. Se llegó a decir, en 2010, que por Grecia se colaba el 75% de la inmigración clandestina de Europa, la mayoría por este lugar.
Ahora se ven coches patrulla, metralletas, uniformes de campaña. Área
restringida. Control militar. Prohibido el acceso a 500 metros de la
valla. Prohibido fotografiarla (salvo un palmo del sector E16).
Prohibido fotografiar Turquía desde la valla. Prohibido fotografiar el
Evros. Frente a Asia se percibe la paranoia de siglos de enfrentamiento.
El enemigo musulmán a las puertas.
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